Hace unos días (el uno de febrero)
murió la poetisa y premio Nobel, Wislawa Szymborska. Era una señora que fumaba
mucho y llevaba sombrero, pero además, amaba las matemáticas o, al menos, esa
rareza chula y divertida llamada número Pi.
Quizás a través de su poema, El Número Pi, puedas contar a tus alumnos por qué es tan especial este número eterno que trae de cabeza a los matemáticos desde hace miles de años...
Digno de admiración es el
número Pi
tres coma catorce,
Todas sus siguientes cifras también son
iniciales,
quince noventa y dos porque nunca termina.
No se deja abarcar
sesenta y cinco treinta y cinco con la mirada,
ochenta y nueve con los
cálculos
setenta y nueve con la imaginación
y ni siquiera treinta y dos
treinta y ocho con una broma o sea comparación
cuarenta y seis con
nada
veintiséis cuarenta y tres en el mundo.
La serpiente más larga de la
tierra después de muchos metros se acaba.
Lo mismo hacen aunque un poco después las serpientes de las fábulas.
La
comparsa de cifras que forma el número Pi
no se detiene en el borde de una
hoja,
es capaz de continuar por la mesa, el aire,
la pared, la hoja de un
árbol, un nido, las nubes, y así hasta el cielo,
a través de toda esa hinchazón
e inconmensurabilidad celestiales.
Oh, qué corto, francamente rabicorto es el
cometa.
¡En cualquier espacio se curva el débil rayo de una estrella!
Y aquí
dos treinta y uno cincuenta y tres diecinueve
mi número de teléfono el número
de tus zapatos
el año mil novecientos setenta y tres piso sexto
el número de
habitantes sesenta y cinco céntimos
centímetros de cadera dos dedos charada y
mensaje cifrado,
en la cual ruiseñor que vas a Francia
y se ruega mantener la
calma
y también pasarán la tierra y el cielo,
pero no el número Pi, de eso ni
hablar,
seguirá sin cesar con un cinco en bastante buen estado,
y un ocho,
pero nunca uno cualquiera,
y un siete, que nunca será el último,
y metiéndole
prisa, eso sí, metiéndole prisa a la perezosa eternidad para que continúe.
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